martes, 27 de octubre de 2009

AL BORDE DE LA SILLA

No hay caso. Hablar de mí y de mi laburo me genera una incomodidad casi física. La cara se me deforma en una sonrisa penosa, de todas mis voces posibles pongo la de boluda, el cuerpo se me hace de alambre y me siento con el culo en el borde de la silla como si fuera a escapar de un salto en cualquier momento.

En mis época de oro de dar testimonio, no me pasaba. Testimoniando era "vivaz, simpática e inteligente", según una crítica de Clarín sobre la peli Nietos. No me alteraba el pulso dar una conferencia en una universidad en Nueva York o Boston, manguearle plata al presidente Kirchner para un proyecto, ser entrevistada para el programa yanqui 60 minutes ni declarar delante de la Chuchi Servini de Cubría. El "temita" del que hablaba me protegía. Era tan importante toda la milonga de los desaparecidos, me sentía tan obligada a difundir todo eso, estaba tan segura hasta de mis incertidumbres, que eso me protegía. Podía esconderme atrás del temita, debajo del temita, entre medio del temita. Dejaba aparecer el humor negro pero no el humor pavo, el que heredé de mi abuela Argentina como heredé eso de sentarme al borde de la silla. Ni hablar de dejar entrever algo remotamente parecido a mi condición de mujer. Era un ente asexuado dando testimonio.

Ya no lo hago. Cuento mi historia y reflexiono sobre ella cuando quiero, como quiero y con quien quiero. Como ya no milito en una institución, no tengo que adaptar mi discurso a ningún discurso mayor. Como hablo poco de estas cosas, cada vez que lo hago estoy parada en un lugar diferente. Tengo más dudas que certezas y cada vez más.

Sin ese paraguas, hablar de mi escritura se complica. Porque mi escritura está muy ligada al temita de los desaparecidos, pero es mía. Hay un mundo de imágenes que es mío y de nadie más. Son mis obsesiones, mis fantasmas. Aparece un Mr. Hyde reverso del Dr. Jeckyll que era en la militancia. Al mismo tiempo, estoy segura de esta búsqueda, segura de que mi camino es por ahí, lejos de los lugares comunes, diciendo lo que otros no quieren oir. Si viniera otra huérfana a contarme de un proceso parecido al mío, me parecería interesantísimo. Sin embargo, como soy yo, me parece que voy a provocar un bostezo colectivo que se va a volver huracán en otro hemisferio, una verdadera catástrofe de aburrimiento, cuando, como ahora, pienso en voz alta estas cuestiones.

Me vine a Europa con todos los ejemplares que me dio el Rojas del libro que recopila las obras ganadoras del Premio Rozenmacher. Primer premio, esta servidora por su obra Peaje. Segundo premio, Natalia Carmen Casielles, por Sueño con cebollas. Edición cuatrilingüe. Traducción al francés de Françoise Thanas, muy respetada y admirada por estas latitudes. Vine con el firme propósito de dejarle el libro a alguna gente ligada a teatro y/o derechos humanos a las que estoy segura de que les interesarían las obras de cualquier otra huérfana... pero me parece que las mato del opio si soy yo. Hasta preparé un dossier y lo hice traducir por mi amiga Male, que trae suerte. Tuve que obligarme a escribir ahí que soy hija de desaparecidos, que mi escritura abreva de esa historia y esa militancia. Temo que alguien piense que lucro con eso; lo temo tanto que ni lucro ni lo cuento ni nada. Digo que milité en derechos humanos o que mis obras tratan el tema de los desaparecidos y creo que lo demás se sobreentiende. Y no. Y no es menor ser hiji y escribir sobre eso y problematizarlo. De hecho me estoy juntando con gente que sé que está interesada en estas cuestiones. Me gustaría poder hablarles más de todas estas cosas, hablarles con este entusiasmo y confiar en que nadie va a pensar que me engolosino con mis obras, ni que es todo ego, sino que es genuino interés por un tema que me atraviesa (como a Frida la atravesó el tranvía). Un primer paso podría ser no mirar el reloj primero ni ponerme la campera primero. No saltar de la silla.

Más de mis problemitas con la escritura en La Underwood.

1 comentarios:

Larissa dijo...

ay ay ay Anita Anita querida...
primero te haría cosquillas para que largues una risotada, y despues de tensar el cuerpo mucho por las carcajadas, te pasaria uno de esos adminiculos de madera para masajear o mejor aun, te la pondria a Maia en la espalda haciendote mimitos y asi relajamos un poco la vida.
Besos y flores