En un bar parisino que nos quedaba a 40 minutos de viaje en metro, 50 personas escuchan a un flaco que está recitando un poema. Cuando termina, todos lo aplauden y él vuelve a sentarse. El presentador, que organiza el evento llamado Slam, le da un caramelo en la mano en señal de agradecimiento por participar y le deja el espacio a un tipo que improvisa su letra mientras un guitarrista lo acompaña. Llegamos hasta ese lugar por invitación de Seb, un viejo amigo de perez, que es cantante.
El escenario está abierto en Slam, sólo hace falta anotarse en la lista. Sin estridencias ni ganas de copar la parada, los artistas van pasando de a uno. A algunos se los nota habitués del espacio y piden que los acompañen en los estribillos o en algunos coros. A otros, más tímidos, les cuesta un poco más soltarse y el nerviosismo los lleva a, por ejemplo, leer poemas apoyados contra la pared, sin sacar los ojos del papel. Los que cantan, rapean, casi ninguno incursionó en otro género. Al único que le entendí algo fue a un cabezón que le dedicó un poema a Martinica, su tierra natal. Y también a una chica que recitó algo fogoso, pero no puedo precisar mucho más porque no hablo francés y me limito a pescar algunas palabras sueltas e hilvanarlas como se me ocurre.
Cuando el reloj se estaba acercando peligrosamente a la hora de regreso (el último metro pasaba a eso de las 0.30), Seb cantó un tema que, después nos contó, compuso hace dos semanas. Cantó muy lindo y nos dejó un flyer para su próximo show. Me quedé con ganas de charlar un rato más con él, pero se nos iba el metro y volver a casa iba a ser una odisea, así que quedamos en vernos el próximo sábado.
jueves, 22 de octubre de 2009
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