La única razón para venir a Zürich fue mi prima Laura.
Laura y yo somos primas segundas. Nuestros abuelos maternos eran hermanos. Pero, si bien su abuelo, mi tío Mario, fue una presencia importante para mí cuando era chica, hasta hace unos años no tuve mucho trato con sus hijos ni sus nietos. Me imagino que la pequeña no-huérfana que fui, era un paquete que nadie, voluntariamente, quería agarrar. Y no me parece que un tío segundo estuviera obligado. Si mis propios abuelos no sabían bien qué hacer conmigo, ¿por qué razón un tío segundo se iba a voluntarizar? Trato de hacerle entender a mi tía Ana, la mamá de Laura, que no echo culpas, que no me importa; no tengo mucho éxito, porque Ana es, según sus propias palabras, una judía dramática. Aunque ahora le revuelva el placard buscando un abrigo para traerme a Europa, aunque me ayude a preparar la valija y me lleve a Ezeiza, ella sigue cuestionándose por qué no fomentó la relación entre las primitas.
La parte linda de todo esto, es que el vínculo con Laura es una elección que estamos haciendo ahora, de grandes. Ahora que, de grandes, extrañamente, nos parecemos mucho. Físicamente. Podríamos ser hermanas. Para ella, que es hija única, y para mí, que también lo fui durante veintitrés años, es un flash parecernos tanto a alguien. No se nos pasa la novedad y nos encanta que nos lo digan. También nos parecemos en otras cosas. Las dos vinimos al mundo entre las balas (aunque para ella no parece ser un tema ni mucho menos un temita). Las dos somos artistas (aunque a ella no le daría pudor escribirlo como todavía me da a mí). Las dos hacemos teatro (aunque ella, que viene de la danza y la performance, me discutía hace unos meses que su espectáculo Title no era teatro).
Así que aquí estamos, con Laura, que resulta vivir en Zürich. Aquí estamos, en Zürich, desayunando jugo bio de naranja y zanahoria sin azúcar agregada (yo), mate con galletitas de canela bio (el Jose). Y trabajando un poco, que no todo es joda en este viaje, en pijama, en la cama, escuchando música, como si estuviéramos en casa. Lau, en la cocina, también trabaja, ultimando detalles para este proyecto, sobre el que pueden interiorizarse los lectores que entiendan el dialecto del alemán que se habla acá.
Para Zürich, todavía, no tengo palabras. No me había imaginado nada, no le había preguntado nada a Laura, ni siquiera había googleado nada antes de llegar. Estoy tratando de procesar todo esto que veo, oigo y huelo, que es tan, pero tan distinto.
jueves, 22 de octubre de 2009
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2 comentarios:
Zurich me gustó mucho, eso sí, como siempre en Suiza, los precios de escándalo... y "eso" que hablan, imposible, hace tres años que vivo en alemania y todavía no sé qué hablan allí.
Te recomiendo tomar el té en Sprüngli, muy biyuyesco...
Además de parecidas, la misma misma voz. Igual, igual. Y eso que yo ni sabía quién era. Ni dónde estaba. Ni tampoco ... ¿dónde están mis amigos?
Hay relojes por todos lados, no? Y calles de chocolate? Quiero lugares comunes. Fotos de lugares comunes, por favor!
Besos!
f
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