domingo, 1 de noviembre de 2009

DESCUBRA TROYES

Llegamos a Troyes sin saber nada del lugar. Sólo sabíamos que ahí cerca está viviendo mi amiga Perrine, Pépé, a quien visitamos el año pasado en su casa en Montpellier.

Llegamos el jueves a la noche y vinimos directamente a su casa, en Fresnoy-le-Château, un pueblito muy pequeño en la campiña. El viernes desayunamos y salimos con Pépé en su coche para Troyes. Ella debía ir a una reunión en su trabajo, a unos cuantos kilómetros de ahí. Nos encontraríamos más tarde para pasar a buscar a Kelo por la estación. Así fue como quedamos solos y sin nada más que hacer que pasear en una ciudad perfectamente extraña.




Nos sorprendió su centro histórico, con casitas antiguas de madera, que según afirman los locales sigue el dibujo de un corcho de botella de champán y que para mí, que tengo la mente podrida, bien podría ser otra cosa. Lo recorrimos un par de veces en muy pocas horas. En el medio, nos metimos en un bar con barra y pool sin ninguna onda a esa hora de la tarde, porque teníamos frío y queríamos wifi. Somos como somos.