En distintos momentos del viaje, nos acercamos a gente un poco mayor, que siento que nos toma por sus sobrinos postizos y nos pasea, nos consiente, nos alimenta y nos contiene un poco. En Francia, ya se dijo, fue el turno de Marylene y en Bélgica, en unas semanas, nos esperan Sergio y Silvia, los tíos de mis primos (espero que se entienda ese parentezco), quienes ya anunciaron sus ganas de pasearnos. Ahora nos adoptó Esteban, un argentino cincuentón amigo de una amiga de Perez.
A Esteban lo vimos por primera vez la semana pasada, recién llegados. Nos acercamos hasta su oficina (es periodista y trabaja en una agencia de noticia) y fuimos a tomar un café por el centro de Berlín. Nos recomendó museos, me ayudó con mi nota, charló con Perez sobre su amiga en común, nos dio un pantallazo sobre el momento actual de Berlín y nos ofreció su bicicleta. Cuando nos presentamos nos dio dos besos, bien a lo europeo, pero cuando nos despedimos, un rato después, nos dio un solo, como en la Argentina.
Ayer le mandé un mail para chequear un dato y él ya nos había escrito el día anterior para ver si armábamos algún plan. Es macanudo el tío Esteban, alto, de ojos claros y se mantiene en forma porque corre casi todos los días. Nos prestó la bici y, cuando nos encontramos para que nos la diera, vino con su novia, una violinista petisa que lucía trencitas y sonría ante cualquier cosa que le decías. Se fueron juntos en la Vespa del tío, que se la compró el año pasado. Hoy tal vez me acompañe a una misión que, si llega a salir, la cuento, pero no quiero adelantar nada para no ilusionarme.
lunes, 9 de noviembre de 2009
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