¡DIJIMOS QUE ÍBAMOS A VOLVER A BERLÍN Y ACÁ ESTAMOS!

Casi perdemos el bus. Llegamos y partimos. En el camino, la primera pelea del viaje. Por el valijazo. Duró menos que el viaje en metro. El eurolines, como siempre, malísimo. Dormimos hechos pretzles. Ah, pero qué barato. Llovió todo el camino de París a Bruselas, de Bruselas a Amberes, de Amberes a Hannover, de Hannover a acá. El micro venía a la chapas igual. Llegamos y seguía lloviendo. La estación del U-Bahn (subte) queda a 300 metros de la ZOB (la terminal de micros). Los hicimos bajo la lluvia, a toda valija. Llegamos y la línea que debíamos tomar estaba interrumpida. Pero preguntando se llega a Roma y al barrio de Kreuzberg también. En el subte nos topamos con los tan temidos chanchos de civil, pero por suerte habíamos comprado y validado los tickets (carísimos). Obvio que salimos del subte para el lado equivocado y caminamos de más. Obvio que subimos (el Jose todo envalijado) por la escalera que no era. Pero ya está. Estamos en la cocina del departamento de Anne, que es absolutamente hermoso. Claudia, su compañera de piso, volvió ayer a Berlín y hoy nos esperó llena de sonrisas tímidas y explicaciones sobre el funcionamiento de todo en ese inglés precario que es el idioma universal. Ahora unos mates, a bañarnos y a laburar. Y árnica para todo el mundo.

Ah, ¡nieva!